“Comer y callar...”
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Orlando Enrique Castillo Miranda nació el 20 de febrero de 1960 en Río Cauto como hijo de un líder revolucionario local afrocubano. Su padre no se preocupaba mucho por la familia y no sabía cuidar su reputación, lo que resultó en el suicidio de la madre de Orlando cuando el muchacho tenía tan solo unos cuatro años. La pérdida de la madre dejó un gran cicatriz en su alma. Iba a la tumba de su mamá y conversaba con ella hasta que le buscaron y llevaron a la casa. Era un niño pobre que apenas tenía la ropa más básica y que se inventaba los juguetes de la basura que encontraba por las calles. A sus 11 años fue internado en una institución parecida a orfanato, donde tenía que lidiar con un alto nivel de violencia entre los muchachos. Como la mayoría de los niños, también Orlando se convirtió en un pionero y las actividades que hacían pertenecen entre los pocos momentos alegres de su infancia. Iban a cantar canciones en la televisión y asistían al cine. Orlando estudió para ser un especialista en el cultivo de arroz que era muy común en su lugar de origen. Las prácticas le llevaron de regreso a Río Cauto, sin embargo, una vez acabados los estudios, no fue a trabajar a una arrocera. En vez de ello empezó a trabajar en una central azucarera. A lo largo de su vida participó en un sinnúmero de convocatorias laborales del régimen cubano que reclutaba a la población para las zafras y construcciones de grandes proyectos industriales como por ejemplo la fábrica de Moa y la central nuclear Juragua. Allí se encontró personalmente con Fidel Castro. Orlando se convirtió en un militante del Partido Comunista justo después de acabar los estudios y pasó casi toda su vida como un miembro ejemplar de este grupo de población cubana. Las denuncias de comportamiento antirrevolucionario y de delitos contra la ley cubana se convirtieron en una parte normal de su vida. Mantenía su fe en el proceso revolucionario y recuerda las décadas 70 y 80 como un período de abundancia general. Sin embargo, a lo largo del resto de su vida llegó a la conclusión de que el proceso revolucionario cogió un rumbo equivocado, se perdió la efervescencia revolucionaria y el respeto al proceso. Eso sobre todo después de la muerte de Fidel Castro. En este sentido confirma que la calidad de vida de los cubanos hoy en día es aún peor que en los tiempos del Período Especial.